“Alguien te espera – hace mucho tiempo-
entre los viejos muros de una casa de Astorga
y haciendo el amor sobre la arena de una playa perdida”
Juan Luis Panero, de su libro Desapariciones y fracasos (1978)”
Amanece en Maracaibo y las olas del Caribe,
mansas y en cadena, arrullan en tu vientre
al apacible escualo que no domino y temo.
En el efímero paréntesis de la hora azul,
los abruptos acantilados de Córcega
parecen un fotograma en blanco y negro de Cocteau
y los bosques de las Ardenas, vergel de sombras,
donde la luz se posa, ingrávida,
sobre el pétalo y la rama,
ofrecen el aspecto de un dédalo intrincado.
Managua acota la distancia entre los trópicos
al perímetro anular de tus senos
y en Arizona, el Gran Cañón del Colorado,
compite, entre el artero aullido del coyote
y las nocturnas emboscadas del puma,
por la plácida penumbra de tus párpados.
Atardece en Bogotá y la niebla, hermética,
oculta los cerros entre las celdas de nubes
mientras en la fría estancia de un hotel, en La Paz,
– imaginemos aquel lienzo de Edward Hopper –
alguien, con la maleta aún sin deshacer,
reposa al borde de la cama
y recuerda, confuso por el soroche,
la sibarita costumbre de anidar en tu piel.
Anochece en Berlín y la nieve, repentina,
se presenta como un huésped inesperado
a la verbena de los vencidos y los solitarios.
Aquí, en la meseta, a cientos de kilómetros,
tú sonríes ajena a todo
y en tus ojos, abiertos como lucernas al cielo,
descubro el imán preciso hasta tu cuerpo,
el ámbar que colma los túneles de tu mirada
y la fe, a pesar del alba y su ruina, en la belleza.
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