“Alguien te espera – hace mucho tiempo-

entre los viejos muros de una casa de Astorga

y haciendo el amor sobre la arena de una playa perdida”

Juan Luis Panero, de su libro Desapariciones y fracasos (1978)”

Daniel Zazo Gil Lugares

Amanece en Maracaibo y las olas del Caribe,

mansas y en cadena, arrullan en tu vientre

al apacible escualo que no domino y temo.

En el efímero paréntesis de la hora azul,

los abruptos acantilados de Córcega

parecen un fotograma en blanco y negro de Cocteau

y los bosques de las Ardenas, vergel de sombras,

donde la luz se posa, ingrávida,

sobre el pétalo y la rama,

ofrecen el aspecto de un dédalo intrincado.

Managua acota la distancia entre los trópicos

al perímetro anular de tus senos

y en Arizona, el Gran Cañón del Colorado,

compite, entre el artero aullido del coyote

y las nocturnas emboscadas del puma,

por la plácida penumbra de tus párpados.

Atardece en Bogotá y la niebla, hermética,

oculta los cerros entre las celdas de nubes

mientras en la fría estancia de un hotel, en La Paz,

– imaginemos aquel lienzo de Edward Hopper –

alguien, con la maleta aún sin deshacer,

reposa al borde de la cama

y recuerda, confuso por el soroche,

la sibarita costumbre de anidar en tu piel.

Anochece en Berlín y la nieve, repentina,

se presenta como un huésped  inesperado

a la verbena de los vencidos y los solitarios.

Aquí, en la meseta, a cientos de kilómetros,

tú sonríes ajena a todo

y en tus ojos, abiertos como lucernas al cielo,

descubro el imán preciso hasta tu cuerpo,

el ámbar que colma los túneles de tu mirada

y la fe, a pesar del alba y su ruina, en la belleza.